martes, 25 de noviembre de 2008

De premios y odios, con buen teatro de fondo

Martes, veinticinco de noviembre. Una de las polémicas del día es sin duda la concesión, ayer, del Premio Nacional de las Letras Españolas 2008 a Juan Goytisolo. Lo curioso es que el debate abierto nada tiene que ver con la calidad literaria del escritor, de sobra conocida por quienes han querido leerlo, sino con su militancia política. Social, diría yo. He leído comentarios de todo tipo en Internet. A favor y en contra, no todos son negativos. Ni mucho menos. Pero me ha llamado la atención uno que asocia el premio con el apoyo explícito prestado por Goytisolo a la plataforma de ZP (así lo dice) en la pasada campaña electoral, y que acaba diciendo que en España siempre pasa este tipo de cosas con los premios y que es una vergüenza. Y quizás tenga razón. Yo opino como él, desde luego. Es una vergüenza. Pero no creo que sea éste el mejor ejemplo, porque estoy seguro de que si los premios se concedieran siempre en función de lo que representan, el de ayer, a Juan Goytisolo, se lo podrían haber dado hace mucho tiempo. Goytisolo es un gran escritor, ¿o no?, y eso debiera ser lo único a tener en cuenta en este caso.

Salvado este asunto, del que no quería pasar sin dejar constancia de mi parecer, es mi intención comentar la interesante obra que se pudo ver la semana pasada en L´Altre Espai puesta en escena por Bramant Teatre. Y ahí voy. El montaje de 2.24 (que es su título) es sencillo, pero suficiente, porque lo fía casi todo al ingenioso texto que poco a poco va añadiendo intriga a una trama basada en los sueños de un hombre que viaja todos los días a solas con una mujer en un vagón de metro durante 2 minutos y 24 segundos, que es lo que dura el trayecto entre dos estaciones. Los sonidos del tren que circula por las vías, reproducido en un audiovisual que se proyecta sobre el fondo, llenan todo el espacio escénico y, sin embargo, el espectador puede percibir con claridad el afilado silencio que separa a los protagonistas. Ellos no se hablan. Se evitan. Ni siquiera se miran a la cara. Viven ese lapso de tiempo aparentando la incomodidad propia de un ascensor, es decir: miradas de reojo al tiempo que se hacen los distraídos. Pero entretanto, día tras día, el individuo va dando forma en su cabeza a unos intercambios epistolares que tejen una relación soterrada que acabará por convertirse en media realidad. Media, porque será sólo su mitad, la del hombre, la que acabe por cobrar forma definitiva. La palabra, asentada como ya se ha señalado en forma de cartas que diariamente van dejándose entre sí los protagonistas, es la auténtica dueña del escenario, pero las excelentes interpretaciones de Juan Mandli y de Victoria Salvador, que bordan sus respectivos papeles, colaboran decisivamente en el buen resultado final del espectáculo.