lunes, 6 de octubre de 2008

Barroco

Lo vi ayer previo pago y gracias a que tenía algunos asientos libres a mi izquierda (fila 19 de la platea). Digo lo de las gracias porque justo delante del asiento que me correspondía se colocó el hombre más alto y más grande de la Comunitat Valenciana. Y además era una persona bien proporcionada, así que su cabeza en nada le hacía de menos al resto del cuerpo. Por un momento pensé que sólo podría atisbar la mitad del escenario. Fue cuando la persona en cuestión se acomodó y dejó caer un poco su cuerpo hacia abajo y luego descargó la cabeza hacia su izquierda. Pero sólo fue una ilusión, porque a los cinco segundos cambió de posición y entonces se escoró hacia su derecha, que también es la mía. Dos segundos después, nuevo cambio; y así hasta que treinta segundos más tarde, cansado ya de tanto bamboleo me desplacé cuatro asientos más alla del mío para ponerme detrás de la persona más bajita del patio de butacas. Así pude ver "Barroco", felizmente, aunque sobrecogido por el propio espectáculo, que resulta denso, opresivo, inquietrante, fantástico, placentero y bello. En "Barroco" se pone en juego una perfecta simulación de la realidad con la pretensión de apresar al espectador entre las paredes móviles de un escenario disminuido a propósito y los sentimientos volubles de unos personajes profundamente amorales. La escenografía, tan austera como hostil, y una música perfectamente angustiosa, que no concede tregua, ahondan en esa sensación de asfixia. La atmósfera que se crea llega a ser tan agobiante que se vive la desesperación de los personajes como si fuera la propia. Los personajes son un logro. Todos menos uno, si se me permite, porque el narrador, barco en mano, tengo la impresión de que está fuera de juego. No es al actor, sino al personaje, al que no logro situar. Lo de menos es la voz del actor, que ciertamente se aleja de la gravedad que tanto gusta en la narración, lo de más es lo inoportuno de la presencia de ese personaje y lo innecesario de sus aclaraciones. Salvado esto, el espectáculo es magnífico y este espectador agradece el puro goce estético que todavía persiste en su cabeza mientras escribe esto. No hay peros. Hay sin embargo excesos. Algunos ya se han apuntando en otros lugares. Para mí, el mayor, el de la lengua. No sólo sobran las palabras del barroco navegante, también sobran tantas explicaciones entre los dos protagonistas. Sus cuerpos y sus vestidos hablan mucho mejor.