domingo, 16 de noviembre de 2008

¿Teatro para qué? ¿Para quién?

Cuando a primeros de octubre me enteré de que el teatro Talía abriría la temporada con Tres sombreros de copa enseguida decidí que iría a verla. Pero además se me ocurrió que no estaría de más leer antes la obra para asistir a la representación con la idea original refrescada en mi memoria. Y todo esto porque tenía la opinión de que la comedia de Miguel Mihura se había adocenado con el paso de los años. La comedia, que no la tragedia. Luego volveré a esa opinión, pero antes quiero aclarar esto último. Digo que la comedia y no la tragedia, porque cuando lo califico de adocenado sólo hablo de la comedia que flota en la superficie y no del trasfondo trágico (y digo trágico y no dramático, porque a mí se me antoja que es más decisivo el final trágico que le espera a Dionisio que el conflicto dramático en el que se debate) que se esconde bajo el absurdo de las situaciones y el disparatado humor de los diálogos. Y es cierto, y no puedo dejar de constatarlo, que la obra presenta un planteamiento de tragedia. El pusilánime Dionisio descubre que no quiere aquello a lo que se ha comprometido a ciegas, y a pesar de ello se muestra incapaz de rebelarse contra ese destino elegido y deja que su cobardía le sujete para siempre a la pata de una mesa camilla familiar que aborrece de antemano. Toda una tragedia. Así es. Pero el espíritu lúdico y el tono humorístico del texto no dejan que aflore.
Vuelvo a la opinión de que ese texto se había adocenado con el paso de los años. Y la mantengo después de releerlo. Y la multiplico después de asistir a la representación en el Teatro Talía (la fotografía de Vicente A. Jiménez muestra un momento de ésta). Esperaba ver otra cosa, la verdad. Pero no. Vi una comedia rancia que esconde el elemento trágico original hasta casi hacerlo desaparecer, porque se afana en exceso por arrancar las risas del público. Vi una comedia casposa armada sobre un texto pasado de moda anteayer, lo que le quita el sentido histórico, y una puesta en escena en consonancia que resalta lo acartonado de la situación, y que sólo se permite un ramalazo de oxígeno cuando hace ascender la plataforma sobre la que se asienta la cutre habitación de hotel para convertir el escenario en un escaparate que muestra los dos mundos que dividen la voluntad de Dionisio. Quizás ese sólo detalle salve el montaje, o tal vez le ayude en algo el excelente trabajo de Sergio Caballero como Dionisio, que sigue creciendo como actor, y también la genial intervención de Rafael Calatayud en el papel de Don Sacramento. O quizás esta opinión mía sea tan minoritaria que lo sea sólo de uno y no alcance ni a dos, porque lo cierto es que ha tenido un éxito de taquilla innegable. Ha estado un mes en cartel con representaciones de miércoles a domingo y con el aforo al completo casi todos los días. Da que pensar, ¿verdad?