jueves, 18 de septiembre de 2008

Alberto Torres Blandina

Me acabo de enterar por un correo que me envían desde Siruela. Al cantante y compositor de Niñamala, a quien dediqué hace unos días un comentario por su buen hacer en el escenario, le acaban de conceder el honor (y espero que mucho más) de ser finalista del Premio de Novela Café Gijón de este año. Gracias a eso podremos leer su novela en el próximo enero, editada por Siruela. Enhorabuena. Por cierto, el título de tu novela, “Niños rociando gato con gasolina”, me trae muchos recuerdos de mi lejana y salvaje infancia. Recuerdos escritos, además, en una novela que duerme inédita en el fondo del disco duro de mi ordenador. Ya ni siquiera las almacenamos en los cajones del escritorio. Lo bueno que tiene es que ahora puedo copiar y pegar. Soy de la generación del Windows a pesar de todo. Copio y pego.
“En Soledad, como ocurre en cientos de pueblos y aldeas de nuestra tierra, después de escoger alguna cría por su prestancia o color, el resto de la camada gatuna se eliminaba de golpe dentro de un saco cerrado que alguien arrojaba sin ningún miramiento dondequiera que hubiera suficiente agua como para que ninguno de los condenados a muerte se salvara del ahogamiento. Pero a veces Perico el Lobo dejaba unos cachorritos a merced de la chiquillería, para que nos despacháramos a gusto. Nuestra manera preferida para acabar con los animales era la lapidación. Empezábamos ejercitando la puntería, pero pronto nos cansábamos de reventar pechos con nuestras pedradas a distancia y acabábamos situándonos encima justo de los cuerpecitos para dejar caer sobre ellos grandes piedras que apenas podíamos izar.”
Éramos salvajes puros sin saberlo. Y crueles, claro. Y tampoco lo sabíamos.